Conan el cimmerio by Howard Robert E

Conan el cimmerio by Howard Robert E

autor:Howard, Robert E. [Howard, Robert E.]
Format: epub
Tags: General Interest
publicado: 2009-12-28T09:17:12+00:00


El valle de las mujeres perdidas Durante el tiempo que convivió con Belit, Conan se ganó el apelativo de Amra, el León, que le seguiría durante el resto de su vida. Belit ha sido el primer gran amor de su vida y después de su muerte el cimmerio no volverá al mar hasta pasados algunos años. Mientras tanto, se interna tierra adentro y se une a la primera tribu negra que le ofrece, refugio-, la de los belicosos bamulas. Al cabo de algunos meses ha luchado e intrigado hasta alcanzar el puesto de jefe de los guerreros de dicha tribu, cuyo poder crece rápidamente bajo la dirección del cimmerio.

El redoble de los tambores y el estruendo del gran cuerno de elefante era ensordecedor, pero en los oídos de Livia el clamor sonaba como un confuso murmullo, monótono y lejano. Estaba tendida sobre un lecho en la gran cabaña, sumida en un estado de delirio que bordeaba con el desvarío. Los ruidos del exterior apenas afectaban sus sentidos. Aunque se encontraba aturdida, su mente caótica estaba obsesionada todavía con el cuerpo desnudo y convulso de su hermano, por cuyos muslos temblorosos corría la sangre. Recortada sobre un oscuro fondo de formas y sombras enlazadas, aquella borrosa silueta blanca aparecía ante sus ojos con una implacable y aterradora nitidez.

El aire quieto parecía latir entre gritos de agonía mezclados con un rumor de risas demoníacas.

La muchacha no tenía consciencia de sus sensaciones como ente individual, separado y diferenciado del resto del cosmos. Se sentía embargada por una enorme tristeza y por un profundo dolor… Ella misma era un dolor cristalizado y hecho carne. Así pues, yacía tendida al borde de la inconsciencia, sin pensar y sin moverse, mientras en el exterior resonaban los tambores y los cuernos, y las voces bárbaras entonaban cantos odiosos, al tiempo que los pies desnudos marcaban el ritmo golpeando la tierra dura y las manos palmeaban con suaves cadencias.

Pero finalmente la consciencia individual comenzó a manifestarse a través de su helada mente. Primero sintió un leve asombro al pensar que no había sufrido daños físicos. Aceptó esa especie de milagro sin agradecerlo. Actuando casi maquinalmente, se sentó en el lecho y se quedó mirando tristemente a su alrededor. Sus extremidades iniciaron unos movimientos débiles, como respondiendo a los centros nerviosos recién despiertos. Sus pies desnudos golpearon nerviosamente el suelo de tierra. Sus dedos se retorcieron convulsivamente sobre la falda de una ligera túnica corta que constituía su único atuendo. Recordó que una vez, y ello parecía haber ocurrido hace muchísimo tiempo, unas rudas manos le arrancaron el resto de la ropa del cuerpo, y que ella había llorado de miedo y de vergüenza. Le parecía extraño, ahora, que un hecho tan insignificante pudiera haberle causado tanta pena. Después de todo, la magnitud de la ofensa y la indignidad eran relativas, como muchas cosas.

La puerta de la choza se abrió y entró una mujer, una criatura ágil como una pantera, cuyo cuerpo esbelto y flexible brillaba como el ébano



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